Qué pasa después de la fumata blanca/ Cuando desde la chimenea de la Capilla Sixtina se eleva la fumata blanca, el mundo sabe que la Iglesia católica tiene nuevo Papa. Sin embargo, tras este símbolo universal, comienza una secuencia cuidadosamente ritualizada que culmina con la presentación pública del Sumo Pontífice.
La aceptación del cargo y la elección del nombre
Una vez emitida la señal blanca, que se logra al quemar las papeletas con productos químicos específicos, se inicia una fase reservada dentro de la Capilla Sixtina. El decano del Colegio Cardenalicio, o un cardenal delegado, se dirige al elegido y le formula la pregunta en latín: “¿Acceptasne electionem de te canonice factam in Summum Pontificem?” (¿Aceptas tu elección como Sumo Pontífice?).
Si acepta, se le plantea una segunda cuestión: “¿Quo nomine vis vocari?” (¿Con qué nombre deseas ser llamado?). Así, el nuevo Papa elige el nombre con el que será reconocido.
La Sala de las Lágrimas: un momento de introspección
Luego de su aceptación, el nuevo Pontífice se retira a un pequeño cuarto adyacente conocido como la “sala de las lágrimas”, llamada así por la emoción que embarga a muchos elegidos. En este espacio se viste por primera vez con la sotana blanca papal, para la cual se preparan previamente tres tallas.
Una vez vestido, regresa a la Capilla Sixtina para recibir el respeto y obediencia del resto de los cardenales electores. Este gesto sella simbólicamente su autoridad dentro de la Iglesia.
Qué pasa después de la fumata blanca: El anuncio al mundo
Habemus Papam
A continuación, el protocolo se traslada al exterior. El Protodiácono —el cardenal de mayor rango entre los diáconos— se asoma al balcón de la Basílica de San Pedro y pronuncia la frase histórica:
“Annuntio vobis gaudium magnum; habemus Papam”
(Anuncio una gran alegría: ¡tenemos Papa!).
En ese momento se informa al mundo del nombre del nuevo Pontífice y del nombre papal que ha elegido.
La bendición Urbi et Orbi
Finalmente, el nuevo Papa aparece en el balcón central y se dirige por primera vez al público. Luego de un saludo inicial, ofrece la bendición Urbi et Orbi, que se traduce como “a la ciudad (de Roma) y al mundo”. Con esta ceremonia concluye uno de los momentos más significativos del Vaticano.