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El día que Willie Mays decepcionó a Caracas y dejó un dicho para siempre

pelotas de beisbol

El deporte está lleno de momentos en que una hazaña colosal define una carrera para siempre, pero en Venezuela pasa algo folklórico con uno de los grandes de todos los tiempos en un diamante de béisbol. 

Willie Mays es adorado en Estados Unidos, mientras que en los estadios y calles de Venezuela, su nombre quedó grabado para siempre como sinónimo de picardía y despreocupación. 

Todo comenzó en 1955; Caracas se engalanaba para la Serie del Caribe. La atmósfera en la capital era de euforia total. Los fanáticos llenaron el Estadio Universitario para ver a los Cangrejeros de Santurce, el equipo boricua que trajo un roster tan temible que fue apodado El Escuadrón del Pánico. Entre sus filas se encontraba un jovencito, Willie Mays, que ya deslumbraba con los Gigantes de Nueva York. 

Una jugada controversial en el jardín central

La historia que se cuenta es que Mays no arrancó como se esperaba, ya que la estrella estadounidense falló sus primeros 12 turnos al bate (o tuvo un comienzo tan lento que levantó sospechas). Para el ojo entrenado del fan local, eso no parecía una mala racha. Los swings de Mays eran perezosos, sus movimientos lentos, su comportamiento desinteresado.

En las apuestas deportivas, subestimar a un oponente basándose en un comienzo falso puede ser fatal, y precisamente eso fue lo que les pasó a los Navegantes del Magallanes en 1995. 

Tanto los jugadores como la afición habían pensado que el americano había venido de turismo, que no le interesaba jugar de verdad o que estaba fuera de forma. Se relajaron, por lo que comenzaron a tirarle rectas más cómodas, seguros de que ese bateador estaba “dormido”.

La bestia despierta

Y entonces la trampa se cerró. Después de esa falsa docena de turnos fallidos en los que “se hizo el loco”, Mays se despertó. Comenzó a disparar batazos monstruosos y a devorar bases con una ferocidad desconocida, probando que su habilidad no había desaparecido. 

Se convirtió en la figura para que su equipo se llevara el campeonato, dejando a toda Venezuela boquiabierta.

La reacción popular fue instantánea: Mays nunca fue malo, simplemente “se convirtió en un mal jugador”. Se hizo el inútil para analizar a los pitchers, ver qué le tiraban y hacer que se confiaran. 

De esa imagen de inteligencia surgió el dicho. Así es como ahora en el país, cuando alguien “se hace el Willie Mays”, no está fallando, está esperando el momento oportuno para actuar mientras los demás bajan la guardia.

Un legado más allá del diamante

Esa combinación de picardía y genio caló hondo en la idiosincrasia de la ciudad. Si bien las estadísticas oficiales de aquella serie son impresionantes, alcanzando a jugadores como Salvador Perez (Mays bateó para .440), el relato del “engaño inicial” triunfó sobre los números.

El venezolano respeta la inteligencia casi tanto como el poder. Por eso Mays se inmortalizó, no por batear jonrones, sino por “hacerse pendejo” durante 12 turnos y luego ganar el juego. Es la consagración deportiva de que muchas veces hacerse el inofensivo es la mejor manera de llevarse la victoria final.

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