Kenny Finol estudiaba Comunicación Social en su natal Maracaibo, en el noroeste de Venezuela, y aspiraba a convertirse en una periodista de renombre, pero tuvo que escapar del vertiginoso deterioro económico de su país, que la obligó a emigrar primero a Colombia y luego a México.
Regresó a Venezuela en un ataúd.
Su cadáver fue hallado el 25 de febrero del 2018 en una calle solitaria del municipio Ecatepec, en el estado de México, considerada la zona de más violencia contra las mujeres y donde operan organizaciones de trata de personas y tráfico de drogas.
A la venezolana de 26 años le desfiguraron el rostro con ácido, la golpearon brutalmente, la violaron y la torturaron antes de matarla.
Finol es solo una de decenas de jóvenes obligadas por el colapso económico de Venezuela a abandonarlo todo para probar suerte en otros países, pero lo que encontraron fue la muerte.
Entre febrero del 2017 y noviembre del 2018 en diversos medios de Latinoamérica se reportaron las muertes violentas de por lo menos 41 venezolanas.
Algunas parecieron al caer en las garras del crimen organizado, otras a manos de esposos que se volvieron violentos tras emigrar, o por parejas obsesivas.
Y hay casos en los que el misterio sepultó lo sucedido o nadie reclamó los cadáveres, que terminaron enterrados por desconocidos en cementerios remotos, sin una flor, sin alguien que llorara su ausencia.
El Nuevo Herald documentó varios casos ocurridos entre febrero del 2017 y marzo de este año en México, Ecuador, Panamá y Perú, mediante dolorosos testimonios de familiares y amigos cercanos o declaraciones de temerosas sobrevivientes que aún ocultan su identidad tras escapar de la misma suerte.
La mayoría era parte de los miles de venezolanos que comenzaron a emigrar de forma discreta en el 2002, cuando el ahora fallecido presidente Hugo Chávez regresó al poder tras un breve golpe de Estado. La emigración aumentó en el 2014 con la represión brutal del régimen de Nicolás Maduro a las manifestaciones de los opositores.
Después se transformó en un éxodo masivo que la Organización de las Naciones Unidos (ONU) califica de “crisis monumental”.
Los venezolanos están huyendo de una hiperinflación galopante que el Fondo Monetario Internacional pronostica alcanzará 1.3 millón por ciento al cierre del 2018, con una caída del 18 por ciento del Producto Interno Bruto (PBI), en un país donde 85 por ciento de las medicinas escasean, donde apenas se puede comer una o dos veces al día, y en medio de apagones y cortes del agua que duran días.
La ONU informó recientemente que 3 millones de venezolanos han salido del país en los últimos cuatro años, muchos de ellos en largos y extenuantes viajes a pie, con los zapatos desgastados, cargando maletas y los hijos pequeños a cuestas, soportando el hambre, la sed y el frío de los páramos andinos, que hieren el cuerpo como un cuchillo.
Eduardo Stein, representante especial del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) para los refugiados venezolanos, ha dicho que “nunca América Latina ha enfrentado una situación de migración forzada como la que se está viendo ahora [en Venezuela]”.
LOS PELIGROS AL ACECHO
Kenny Finol era parte de esa emigración. Se fue de Venezuela en el 2015. La joven que quería graduarse de periodista terminó trabajando de dama de compañía en México.
Se anunciaba como “La muñeca más cara de la vitrina” en ZonaDivas.com, uno de los portales de escorts más conocidos de México, que usaba una red de explotación sexual hasta que fue cerrado en abril de 2018, después de una cruzada de las autoridades mexicanas contra los “delincuentes” que lo manejaban.
México ya había comenzado a mostrar que es un país de riesgo para jóvenes en situaciones como la de Finol. Seis venezolanas fueron brutalmente asesinadas en el último año y medio en ese país, varias de ellas presuntamente por personas vinculadas con la trata de personas y el narcotráfico.
“Ella tenía tiempo desde que decidió irse por la situación que tenemos aquí. No sé por qué eligió ese país; ella estaba en Colombia y de allí se fue a México. Luego vino a Venezuela. Se iba, se demoraba unos meses allá y se devolvía”, dijo a el Nuevo Herald Terlis Alfonso Alvarado Finol, hermano de Finol.
La joven finalmente regresó, pero para quedarse en un cementerio.
EMPACAR LA ESPERANZA Y LOS SUEÑOS
También hay casos de jóvenes que decidieron probar suerte por su propia cuenta. Empacaron sus esperanzas y sus sueños y emprendieron viaje hacia donde pensaron que encontrarían un lugar donde trabajar, continuar sus estudios, y desde allí ayudar a los familiares que dejaron en el caos de una Venezuela que una vez fue receptora de emigrantes, vivió una bonanza petrolera y que gran parte de su población era de clase media profesional hasta que se implantó el llamado Socialismo del Siglo XXI.
Lorena Marina Cardozo, de 21 años, fue una de ellas. Se despidió de su humilde familia en Chivacoa, estado Yaracuy, en la zona centro norte de Venezuela, y partió hacia Manta, Ecuador, en septiembre del 2017. En ese país dos primas le dieron albergue.
La joven, que parecía alegre y entusiasta con su nuevo destino, a juzgar por las fotos que publicaba en Facebook, pronto se encontró con la dura realidad que viven muchos de sus compatriotas que han emigrado: tener que vender golosinas, empanadas o flores en las calles para sobrevivir.
Su zona de trabajo era el malecón de Manta, en playa El Murciélago, un lugar donde hay bares llamados kioscos y es muy popular entre la comunidad de venezolanos que residen en esa ciudad ecuatoriana.
Cardozo desapareció días antes de la fecha en que planeaba regresar a su país para asistir a su acto de graduación como ingeniera comercial. Su cadáver fue hallado el 17 de marzo en un camino poco transitado.
La autopsia determinó que se ahogó con su propio vómito; el cuerpo no tenía señales de violencia, pero se desconoce cómo apareció en ese lugar y quién la trasladó allí.
Fuente: El Nuevo Herald