Murió Pelé. El planeta lo llora. Y no es para menos. Edson Arantes do Nascimento es uno de los exclusivos integrantes del Olimpo del deporte mundial. Aquel en el que sólo se pueden incluir nombres como Cassius Clay o Michael Phelps, Roger Federer o Usain Bolt. Para algunos, fue el más grande de todos (y no sólo del fútbol, sino de la suma de todos los deportes). Pero si ya de por sí resultaría arriesgado citarlo como “el más grande futbolista” –Maradona, Cruyff y Messi quieren sentarse en la misma mesa- directamente es imposible la otra comparación. A esa altura, la discusión sería interminable.
En cambio, es más grato y accesible repasar la inmensidad de su categoría de jugador, esa que se paseó por las canchas de todo el mundo por más de una década, que hizo del Santos una marca distintiva y que llevó a “su” Brasil a los peldaños más altos. Pasan los años, pasarán… y esa estatura futbolística resulta cada vez más impresionante. Y a la vez, es casi imposible de medir en cuánto a su influencia y dimensión popular.
Entre fines de los 50 y la década del 60, que marcaron “su” época, el fútbol y el deporte recién se convertían en una industria mediática, pero sin el impacto económico y comunicacional que tienen en nuestros días. Pelé fue el primer jugador que –entre su calidad natural y sus logros deportivos- se transformó en una personalidad total, global. El personaje, al menos deportivo, más famoso del mundo. Desde allí y por muchos años más, con las puertas abiertas por todos los presidentes, todos los Papas, todos los reyes, todos los magnates. Y también por el pueblo. Por su personalidad, carisma y juego fue un ídolo. Y hasta hoy, el único futbolista en la historia que pudo alzar la Copa del Mundo en tres campeonatos. Nada menos.
Nada hacía presagiar ese devenir en un humilde rincón de Tres Corazones, un pueblo de Minas Gerais, donde Pelé nació en octubre de 1940. La partida de nacimiento indica el día 21, pero Pelé siempre afirma que en realidad nació el 23. Otra discusión: su nombre “oficial” era Edison Arantes do Nascimento –Edison, por el inventor de la bombilla eléctrica- pero él siempre se llamó “Edson Arantes do Nascimento”. Su madre, Celeste Arantes. Su padre, Joao Ramos do Nascimento, Dondinho, un nieto de esclavos llegados de Africa…. Dondinho llegó a jugar fútbol profesional en el Fluminense y Atlético Mineiro pero a comienzos de los 40 sufría problemas crónicos en una rodilla. Y si no jugaba, no cobraba su salario. Estaba en el Club Atlético de Bauru, la localidad paulista en la que se instalaron. Y la vida era dura para el pequeño Edson, quien tuvo que salir a ayudar: vendió pasteles por las calle, atendió una estación de servicio. Fue lustrabotas a los siete años. Apenas había vivido tres en Tres Corazones, una pequeña ciudad de 75 mil habitantes al sur del Estado.
Pero Pelé también jugaba fútbol en Bauru y por allí pasó alguna vez un personaje como Valdemar de Brito, ex jugador del Santos y versión de la época de los “ojeadores”. Se llevó a varios juveniles para las inferiores del Santos, incluyendo a un quinceañero y promisorio Pelé que tendría una rápida progresión. El DT Del Vecchio –quien había jugado como centrodelantero en Boca- conducía la primera división del Santos, un equipo de segunda línea en las competiciones paulistas, dominadas por los tradicionales Palmeiras, Corinthians o Sao Paulo. Fue Del Vecchio quien hizo debutar a Pelé en la primera división el 7 de septiembre de 1956: entró en el segundo tiempo de un partido ante el Corinthians Santo André que su equipo ganó 7-1. Y también allí, a los 79 minutos, marcó el primero de sus innumerables goles en el profesionalismo. Valuar, el arquero de su rival, poco después repartía su tarjeta personal: “Valuar, el primero al que Pelé le marcó un gol”.
Su debut internacional se concretó el 19 de junio del año siguiente, cuando un combinado del Santos y Vasco da Gama derrotó al Belenenses de Portugal en el Maracaná: Pelé marcó los tres goles y se convirtió en el ídolo de los hinchas brasileños. Poco después debutó con la Selección, nada menos que ante la Argentina por la Copa Roca (triunfo de la albiceleste por 2-1, el primero en el Maracaná).
En Santos, Pelé conoció el mar. Y poco después conocería los viajes en avión: subió por primera vez en 1958 para ir a Suecia, donde jugó (y ganó) su primer Mundial. También era el primer título para Brasil, que había estado tan cerca en 1950. Pelé, con 17 años, se convirtió en el más joven campeón mundial de la historia y, por su juego deslumbrante, France-Football lo bautizó con uno de los apodos que le quedarían de por vida: O Rei.
Allí, en Suecia 1958, su vida cambió para siempre. Y el fútbol también: Brasil se instaló entre las superpotencias del fútbol, y la más asociada al “jogo bonito”, al fútbol técnico y estilizado, al talento y hasta la genialidad de sus intérpretes. Pelé fue el símbolo de ese estilo, desde allí hasta la consagración suprema el Mundial de 1970. Pero si fue mucho con su Selección –ganó tres de los cuatro Mundiales en los que participó- su influencia resultó similar a nivel de clubes: el Santos de Pelé marcó época, era el fútbol-espectáculo llevado a su máxima expresión, y también en cuánto a sus resultados. Dominó por dos veces la Copa Libertadores (1962 y 1963, batiendo aquí a Boca en la final) y en esos mismos años conquistó la Copa Intercontinental.
También con Pelé comenzaba la era del superprofesionalismo en el fútbol, donde el “gran jugador” era más que el campo de juego, era una estrella total. Y tenía una inmediata derivación comercial, la aparición de manager, los primeros contratos. Recién asomaba la TV como factor multiplicador. Por Pelé, tanto el Inter como Juventus llegaron a ofrecer entre 1,5 millón y 2 millones de dólares, una cifra que hoy parece irrisoria para los niveles que maneja el fútbol, pero que en aquella época sonaban como “extraterrestres”. También se habló de ofertas oferta del Real Madrid post-Di Stéfano y de algún intento de Alberto J. Armando para llevarse al “Negro Pelé” a Boca y formar dupla con su compañero de Selección, Paulo Valentim (pero esas cifras estaban muy lejos de las posibilidades argentinas).
Sin embargo, Pelé nunca dejó al Santos durante su plenitud como futbolista, que se extendió desde 1956 hasta 1973. Sí, un tiempo después -1975- accedió a dar marcha atrás en su retiro y aceptó una tentadora propuesta del Cosmos neoyorquino para jugar un par de temporadas y apuntalar la naciente liga estadounidense. Eran otras motivaciones (¿políticas? ¿comerciales?). Pero ya no agregaban nada.
Pelé se había retirado de la Selección poco después de la formidable demostración en el Mundial de México, y también dejó al Santos en una noche en Vila Belmiro. Y a partir de allí comenzaba otra historia. La genialidad futbolística pasaba al recuerdo. De allí en más se conoció a otro Pelé en múltiples (y a veces fallidos) negocios, relacionista público, funcionario. Y siempre mediático.
También el Santos ya era historia. El que había paseado su calidad o la demoledora dupla Pelé-Coutinho por los campos de todo el mundo, ya se tratara de compromisos oficiales como de los múltiples amistosos donde acumulaban copas, jugadas inolvidables. Y el dinero , mucho para la época. Al Santos, lee costaría cuatro décadas -hasta la llegada de Robinho y Neymar- volver a los primeros planos internacionales. Las canchas argentinas disfrutaron (a veces padecieron) al Santos de Pelé por más de treinta veces.
Pelé fue muy generoso con “su” Santos, construyó su grandeza, tuvo aquella delantera increíble de mediados de los 60 (Dorval, Mengalvio, Coutinho, Pelé y Pepe) y luego, compañeros argentinos como Ramos Delgado o Menotti, en algunos momentos.
Se tratara del Santos o la Selección, el magnetismo de Edson Arantes do Nascimento iluminaba por igual. Era la personalidad que eclipsaba todo y que podía codearse de tú a tú con los Kennedy, John Lennon o el Papa Paulo VI. Recibía un tratamiento de príncipe en cualquier rincón del mundo y, aún así, muchas veces hizo aflorar los recuerdos de aquella infancia más humilde o de las inferiores del Santos, generando cercanía con la gente. Idolo absoluto. A esta altura, muchas de las anécdotas ingresaron al terreno de la duda o de la simple leyenda. Por ejemplo, la que indica que Nigeria y Biafra detuvieron la guerra en 1969, sólo para verle jugar. En su autobiografía, el propio Pelé plantea dudas: “No sé si fue cierto”.
Quedará por siempre ese fútbol increíble, esa personalidad magnética, ese símbolo de época. Y que brilló especialmente en los Mundiales. Después de su fulgurante aparición juvenil en Suecia, sumó un nuevo título en Chile (aunque sólo pudo participar en dos partidos, por una lesión). Inglaterra 66 resultó una frustración, y que fue perseguido con saña por los rivales europeos. Pero la revancha en México 70 resultó contundente: una exhibición de fútbol y goles, partido a partido. Probablemente, la mayor de una Selección en la historia de los Mundiales. Y que el Brasil de Pelé sentenció por 4-1 ante una poderosa Italia en el Estadio Azteca. Final, final. Ni podía soñarse con una despedida mejor.
Con información de Clarín.ar