Cuando una mujer embarazada contrae la afección originada por el parásito Toxoplasma gondii (o se reactiva la enfermedad en la gestación) puede retransmitirla al feto, a través de la placenta.
Las posibilidades de contagio aumentan dependiendo del tiempo de gestación del bebé. En el primer trimestre las posibilidades son de 15%, luego se duplican en el segundo trimestre y en las últimas semanas de embarazo llega a ser 60%.
La toxoplasmosis produce lesiones en los tejidos de los órganos del feto y retraso en el crecimiento intrauterino que puede culminar en aborto espontáneo. Otras consecuencias una vez ocurrido el nacimiento son: daños oculares, hipoacusia, hidrocefalia, erupciones cutáneas, hepatoesplenomegalia, ictericia, anemia, convulsiones, entre otras.
La incidencia global de infección por Toxoplasma gondii es, aproximadamente, de 1-10 de cada 10.000 nacidos vivos.
La detección temprana de la enfermedad puede reducir las posibilidades de transmisión al feto, ya que se pueden aplicar tratamiento farmacológico.
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