Marcas de bala en un paredón recuerdan la historia de violencia con la que creció Saray Figueredo, en una barriada de Caracas, entre laberínticas y empinadas calles e improvisadas casas de ladrillo expuesto y techo de zinc.
Creció en Los Alpes de El Cementerio, un barrio situado en los cerros de la capital venezolana que conecta con la Cota 905, El Valle y la Carretera Panamericana. Todas ellas, zonas de altos índices de violencia y controladas por megabandas. En 2021, por ejemplo, en este sitio una violenta ocupación policial dejó 22 presuntos delincuentes muertos y cuatro agentes del orden.
“No es fácil crecer viendo cómo mueren todos los jóvenes que nacieron y se criaron aquí contigo”, dijo Saray en conversación con la Voz de América. Dijo que siempre estuvo rodeada de violencia, drogas y bandas criminales, pero no permitió que controlara su vida, como sí le ocurrió a su hermano mayor y a muchos jóvenes en estas zonas populares.
En estos barrios “no se juega a policía y malandro (delincuente), se juega a puro malandro porque aquí nadie quiere ser policía”, afirmó a la VOA la joven de 25 años.
Pero “no es la historia con la que nos queremos quedar”, sostiene.
Entonces, su misión ha sido mostrar que hay otro camino, otro destino posible.
“Yo soy fiel creyente que un joven de un sector popular para salir adelante solo necesita una oportunidad. Mi familia y yo, mi hermana, somos prueba de eso”, dijo.
Por lo general, en estas barriadas, asegura Saray, “las opciones que hay son: ‘me uní a una banda’ o ‘vendo droga’” (…) no es fácil”, dice esta chica de largo cabello negro.
“Dicen: ‘anda, ve y estudia’ o ‘¿por qué agarraste ese camino?’”, continúa. “Y es un joven que, para ser sincero, no va a dar un dólar para comprar una libreta, porque prefiere comprar un dólar en salchichas para comer él y su familia”.
Y el camino “fácil” se traduce en “voy y estoy en una garita (caseta de vigilancia de las bandas) montando guardia, y en una noche gano dinero, vendo droga y gano dinero. ¿Para qué esforzarme?”, lamenta.
Saray trabaja hoy en Caracas Mi Convive, una organización no gubernamental enfocada en la prevención de la violencia. Ha diseñado e impulsado proyectos comunitarios que van desde la formación de árbitros de baloncesto, hasta clases para hacer pan.
Con una tasa de 40,9 muertes violentas por cada 100.000 habitantes, Venezuela es, junto a Honduras, el país más violento de América Latina, según el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), referencia ante la falta de estadísticas oficiales.
El gobierno de Nicolás Maduro ha implementado programas que van desde las fracasadas “zonas de paz”, donde suspendieron operativos policiales a cambio de que las bandas delictivas dejaran actividades ilegales en ciertos sectores, hasta cuestionados operativos que terminaron en denuncias de violaciones a los derechos humanos.
“Antes de que lo mataran ya yo había llorado por mucho tiempo su muerte”: en 2017, salía de una consulta médica con su hijo recién nacido cuando llegó la noticia, que lo cambió todo, que la llevó, dos meses después, a dedicarse de lleno a ser líder comunitaria: su hermano, miembro de una banda delictiva, fue abatido.
“Es bastante difícil que tu casa quede aquí y afuera hay un enfrentamiento donde tu hermano está (…) tu siempre esperas que toquen la puerta de tu casa para decir: ‘lo mataron’”, recuerda de esos días.Su familia quedó devastada con la muerte de su hermano mayor – “independientemente de que haya formado o no parte una banda el dolor es el mismo”, agrega.
Por meses la madre de Saray pasó horas aferrada a la tumba de su hijo. Y sus dos hermanos menores estaban a pasos de repetir la historia.“Me tocó llenarme de valor”, dice Saray cuando asumió las riendas de su casa y buscó ayuda.
“En cada uno de los jóvenes con los que trabajo veo reflejado a mi hermano, veo a un joven que no tenía oportunidades y toma una mala decisión”, relata.Lleva cinco años recorriendo callejones… buscando, reclutando jóvenes… Y lucha hasta con los mismos padres que ponen resistencia a que se unan a las actividades que organiza.
“Hay algo allá afuera que se llama mundo… Vamos a salir, vamos para que vean”, insiste Saray. “Muchas veces aquí el papel del joven es cuidar a sus hermanitos, que su mamá se fue del país (…) No terminamos de crecer”.
Argumenta que incluso a veces las familias no quieren que los jóvenes se formen y de ellos se espera otra cosa: “cumplir el rol del padre que mataron o el rol del padre que nunca respondió por sus hijos, o el rol de la madre que se fue el país y nunca mandó” dinero.
Sin embargo, no pierde la esperanza.
“A pesar del pasado que hemos tenido, nosotros hemos salido adelante y hemos salido adelante de forma positiva”, afirma la joven, que pese a su perfil como líder político no tiene por lo pronto ninguna aspiración.
Sus energías están concentradas en su comunidad.
Con información de VOA