Los niños recorriendo sus calles, los arbolitos en las salas de cada hogar titilando, el olor del guiso de las hallacas, el pernil, el hervido y las gaitas sonando en cada rincón de aquellos poblados con gratos momentos de unión familiar, no se volvieron a ver por mucho tiempo en Vargas en época decembrina, después del deslave del 16 de diciembre de 1999, y tampoco se verá en Las Tejerías del estado Aragua, después de la tragedia del pasado 8 de octubre a dos meses de las fiestas navideñas.
Se llenaban de luces estos poblados en esa época con una emoción que a pesar de la crisis económica no desaparecía y sólo tragedias como las que les ha tocado vivir les cambió la vida.
Serán navidades tristes en Venezuela, con mucho dolor.
Los aires de la Navidad no llegarán a Las Tejerías, se disiparán entre el caos de la ciudad y la desesperanza de la gente que no sabrá qué hacer, ni siquiera por aquello rutinario de que sus quincenas o pensiones no les alcanzan para nada, sino porque no tendrán sus familiares, amigos, vecinos, su hogar, sus cosas, todo aquello que quedó sepultado, enterrados en toneladas de lodo y escombros aquella mañana del sábado. Serán navidades negras como las que vivieron los habitantes de Vargas la noche del 15 de diciembre de 1999, cuando vivieron algo similar.
Las lluvias originaron la transformación de pequeños riachuelos de verano en ríos inmensos que bajaron de las montañas en ambos casos, que una vez saturados los suelos por la acumulación de las precipitaciones generaron numerosos movimientos de masa y progresivamente produjeron erosión, desprendimiento de la capa vegetal, arrastre de sedimentos y formación de flujos de lodo, materiales vegetales y troncos en un desprendimiento masivo que fue aumentando en densidad por la mezcla con material fino, hasta ser capaz de levantar rocas de gran magnitud, desplazándolas.
Al paso de las aguas se fueron destruyendo edificaciones y todo tipo de infraestructura, con pérdida de la capa vegetal en zonas montañosas, cambiando la geografía y modificando el frente costero y produciendo severos daños en asentamientos urbanos, tanto en Vargas como en Las Tejerías.
En ambos caos, el deslave producto de las fuertes lluvias generó muerte y desolación, un profundo pesar en el pueblo venezolano, ensombreciendo la celebración de la Navidad del año 1999 y la llegada del nuevo milenio y en la actualidad, a menos de dos meses de la celebración del 24 y 31 de diciembre, se habla de un centenar de fallecidos, más de cincuenta desaparecidos y miles de hogares completamente devastados.
Quince años han transcurrido y el país sigue marcado con la tragedia de Vargas. Miles de muertos, miles de desaparecidos y cientos de miles de damnificados dejó una de las más destructivas manifestaciones naturales que haya sufrido Venezuela. La zona del litoral central no se ha terminado de recuperar del deslave que destruyó carreteras, puentes, edificios y urbanizaciones. Las lluvias del mes de diciembre de 1999, que afectaron la parte norte del país, han sido las más intensas de las que se tenga registro.
La historia se repite. Las Tejerías, aunque algo menos, vive la misma tragedia y sus habitantes se enfrentan a la misma calamidad que vivieron los sobrevivientes de Vargas
La Tragedia de Vargas y la de Las Tejerías nos ha obligado a entender, de una manera brutal y dolorosa, que un desastre no es solo el producto de un fenómeno natural, sino, sobre todo, de la intervención humana en el paisaje, de la ignorancia, del nivel de desarrollo social de los pueblos y de la falta de planificación en la ocupación urbana.
Con información de Noticia al Día