Rosa de Meléndez tiene 64 años y el día del deslave ocurrido en El Castaño vestía una pijama de licra con estampado de dibujos animados. Estaba en el segundo piso de la casa de su hija y cocinaba para la familia. Hoy, un mes después, son las únicas piezas de ropa con las que cuenta.
Rosa vive junto a su esposo Juan Meléndez, de 68 años, y sus tres nietos: un adolescente y dos jóvenes. Hace exactamente 45 años Rosa y Juan construyeron su casa en los alrededores de la avenida principal de El Castaño, un lugar que los vecinos describen como agradable y el más seguro de la ciudad.
La mañana del 17 de octubre inició con el cielo azul, pero antes de las 12 del mediodía se encapotó. “Cómo la otra vez”, dice la mujer mientras mira hacia las montañas que rodean la urbanización El Castaño, ubicada en el norte de Maracay (estado Aragua), donde hace un mes un deslave acabó con la vida de cuatro personas y con gran parte del sector Palmarito y sus adyacencias.
Como todos los días, ese 17 de octubre, parte de la familia se encontraba mirando la televisión, cuando la tranquilidad fue interrumpida por su nieto que gritó: ¡abuela, abuela corre viene bajando mucha agua sucia¡.
En pocos minutos todo cambió y cuando la familia decidió salir a ver lo que ocurría una avalancha de lodo presionaba frente al portón de la modesta vivienda de paredes azules.
“Agarré a mi esposa, que la tengo un poco enferma, y la cargué hasta la segunda planta. Una de nuestras nietas casi se ahoga, fue la última que salió, le dijimos que corriera porque ya nosotros estábamos subiendo la escalera y cuando le gritamos ‘corre, corre’, se reventó el portón”, contó Juan «Cuando sentimos eso fue un derrumbe total; piedras, arboles, basura, de todo» Juan Meléndez
En sus más de cuatro décadas de vivir en la urbanización jamás habían visto un fenómeno natural similar. Todos sus enseres quedaron tapiados por más de un metro de lodo. “Perdimos todo; absolutamente todo, estoy vestida con lo que me regalaron. No sacamos nada, todos los corotos continúan tapiados”, dijo Rosa.
El Castaño es una urbanización de clase media levantada sobre una pendiente y la rodean las montañas del parque nacional Henri Pittier. Es una zona pequeña con 20 calles cercadas donde las residencias dejan ver que sus moradores tienen recursos.
Dentro de El Castaño está el sector Palmarito, uno de los que más daños sufrió tras el deslave. El río buscó su cauce y con ello las principales calles del sector desaparecieron. El lodo alcanzó dos metros de altura y las enormes rocas se apilonaron donde quedaban las viviendas.
Entre los pocos habitantes presentes, la mañana que el equipo reporteril de Efecto Cocuyo hizo el recorrido, estaba Raiza Roa, una mujer de 53 años. Le daba instrucciones a cuatro soldados jóvenes que la ayudaban a sacar el barro de su residencia y del consultorio de acupuntura de su esposo.
Roa solo tiene tres años viviendo en Palmarito y aunque le parecía una urbanización muy bonita nunca subestimó lo cerca que tenía el río. Tras el desastre ocurrido una semana antes en Las Tejerías, tenía miedo porque el cielo siempre estaba nublado y casi todos los días había lluvias, pero su esposo la tranquilizó: lo que había pasado en Las Tejerías no ocurriría en El Castaño.
“Soñé que esa montaña se iba a caer y le decía a mi esposo que me quería ir, porque tenía ese presentimiento. Así pasaron los días, entonces empezó a llover. Era una llovizna leve acompañada de centellas que se oían tan fuerte y sentía que estremecían la casa”, dijo la mujer mientras sacaba algunos objetos de valor académico del consultorio de su esposo.
Roa describe el sonido que hacían las piedras y el río como el galopar de cientos de caballos. Cuando ella, su esposo e hijastro se asomaron para ver qué pasaba, vieron cómo una avalancha tapiaba la pared del patio principal y corrieron a refugiarse en la segunda planta de la vivienda.
En cuestión de segundos la pared de su patio colapsó y toda el agua ingresó a la casa y al anexo que funciona como consultorio. Su hijastro, de 24 años, optó por subirse a una enorme mata de mango para escapar del alcance del agua. Ella y su esposo se subieron al techo, desde donde vieron cómo la urbanización era tragada por el agua.
“El piso temblaba, era como si combinaran un terremoto y una vaguada. Pensaba que la casa se iba a caer, solo me refugié en la oración”, recordó Roa.
Afortunadamente la familia sobrevivió; lograron salir gracias a los rescatistas. Los bomberos atravesaron cuerdas desde el otro extremo del río para sacarlos porque habitaban a menos de 100 metros del afluente.
La mascota de la casa, un gato de nombre Pelusa, no corrió con la misma suerte. “A mi pobre gato se lo llevó la crecida”, dijo la mujer con tristeza.
Escape en helicóptero
En El Castaño habitan muchas personas de la tercera edad. El día del deslave gran parte de ellos quedaron atrapados en sus casas, debido a que salir por sus propios medios les era imposible.
Alberto Méndez, de 72 años, estaba con su esposa en su casa de El Castaño cuando empezó el desastre. En la vivienda también habita su hijo, pero ese día había salido a trabajar y sus padres quedaron solos como ya era costumbre.
Cuando el río se desbordó el hombre decidió subir junto a su esposa a la planta más alta de la vivienda donde se sentía más seguro, pero quedaron atrapados.
Los bomberos se enteraron que la pareja estaba allí, y a través de un megáfono le gritaron que debía subirse a un helicóptero para ser rescatada, porque había riesgo de que si el río volvía a crecer con fuerza su casa sería arrastrada completamente.
Pero Méndez se negaba a abandonar su hogar y después de unos minutos los rescatistas terminaron convenciéndolo.
“Me convencieron, me ayudaron a montar en el helicóptero y nos vinimos; me llevaron hasta bajo. Es la primera vez que me pasa esto (…) Perdí todo lo que tenía en la parte de debajo de mi casa, arriba también, pero al menos pudimos recuperar cosas. La casa quedó tapiada por más de metro y medio de pantano y rocas, gracias a Dios que logramos salir.
A pesar de la situación, Méndez, al igual que la mayoría de los vecinos entrevistados por Efecto Cocuyo, afirman que no se irán de la urbanización y que piensan recuperar sus viviendas porque venderlas ya no es una opción. “Ahorita nadie va a pagar lo que cuesta mi casa, por lo que ocurrió”.
Con información de Efecto Cocuyo