Era una mañana como cualquier otra en el complejo habitacional Isla Dorada, pero el aire llevó consigo un presagio que rompía con la cotidianidad del lugar. Mayerling Andrade, de 53 años, fue vista sentada sobre las ancestrales raíces de un mangle. Sus ojos, empañados por el dolor, se perdían en la inmensidad del lago de Maracaibo.
Aquellos que transitaban cerca no podían evitar percibir la desolación que emanaba de su figura. El viento, compañero etéreo de secretos y confesiones, no había logrado aún borrar las huellas de su presencia en la arena.
Un Mediodía inquietante
El reloj marcaba cerca de la una de la tarde cuando Mayerling se erigió lentamente y emprendió una caminata que la llevaría por la bahía hasta un rompeolas solitario.
Era la última vez que el destino permitiría a alguien avistar su silueta menguante. Para el día siguiente, la realidad revelaría un desenlace tan misterioso como trágico.
La tragedia entre las olas
Incrédulos se encontraban los amigos y compañeros de Mayerling, quienes no podían concebir el triste epílogo que comenzaba a escribirse. Conocida por su dinamismo y cordialidad, aquella mujer que durante ocho años había sido pilar en la empresa Ragalado Group, yacía ahora sin vida, flotando a merced de las corrientes.
Fueron los pescadores artesanales, guardianes de los secretos acuáticos, quienes hicieron el lúgubre hallazgo.
Hipótesis y conjeturas
Las autoridades, abrazando el rigor de su deber, intentaban desentrañar las circunstancias que rodearon aquel fatídico día.
La cadena de conjeturas se bifurcó en direcciones opuestas: un accidente fatal provocado por un inoportuno tropiezo, o la decisión extrema de dejar este mundo, quizás impulsada por desamores o por las incertidumbres financieras del negocio inmobiliario. La verdad aguardaba, esquiva, en las penumbras de lo desconocido.
Ecos del pasado reciente
El día precedente, el viernes 19 de abril, Mayerling había cruzado el umbral de Isla Dorada. Su propósito parecía claro: una reunión con potenciales clientes interesados en un inmueble. Pero al cumplirse la hora acordada, su presencia se tornó en ausencia, y su automóvil, un Renault Logan de tonalidad dorada, quedó en manos de las autoridades del CICPC.
Una colega, preocupada por el desenlace de lo que debió ser un encuentro profesional, estableció comunicación con quienes habían de encontrarse con Mayerling, mas la negativa fue unívoca: no hubo tal cita. La consternación se adueñó del círculo cercano a la agente, dando paso a una búsqueda que culminaría con la más dolorosa de las certezas.
La conmoción de una comunidad
El lago de Maracaibo era ahora el último testigo de la historia de Mayerling Andrade, una historia que terminó en el misterio de sus aguas. La tristeza se instaló en el corazón de los marabinos, quienes vieron su tranquilidad perturbada por un suceso inesperado, tan oscuro y profundo como el lago que guarda en sus profundidades, tal vez, la clave de aquel trágico enigma. Mientras tanto, el mangle siguió de pie, silencioso, como si dentro de su savia corriera el último llanto de Mayerling, aguardando que el tiempo y la justicia revelen la verdadera crónica de su adiós.