Todos los líderes pueden sentarse en la misma sala y bajo el mismo techo, pensando por un minuto, así sea por compromiso, en los problemas de todos y no tan solo en los problemas de uno.
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Los líderes de las grandes potencias mundiales se juntaron en Buenos Aires durante el fin de semana para la cumbre de líderes del G20. Cerraron así un año de reuniones de funcionarios y delegaciones en el país sudamericano sobre temas principalmente en lo comercial, económico y financiero, pero que este año incorporó otros como la educación.
Más allá del palpable orgullo argentino por haber podido organizar un encuentro de esta envergadura sin incidentes de seguridad como vistos durante la fallida final de River Boca, hay un gran legado del G20 en que conviene perpetuar: la importancia del diálogo.
El presidente indio Narendra Modi presidió durante su visita un encuentro masivo de yoga. Y durante el foro compartió reuniones con el príncipe de Arabia Saudita Mohammed bin Salman, sospechado de haber mandado al cruel asesinato del periodista Jamal Khashoggi. También con Emmanuel Macron, presidente de Francia, quien en un video filtrado se ve que interrogó a bin Salman del caso, sin temores. El diálogo, aún entre los diferentes, entre los antagónicos, aún sobre los temas más espinosos, fue posible.
También pudieron conversar y mostrar que aún en las antípodas siempre el encuentro es el camino Donald Trump y Vladimir Putin. No tuvieron una reunión bilateral exclusiva, puesto que Trump la canceló durante el vuelo a Buenos Aires por incidentes en la frontera entre Rusia y Ucrania. Pero se saludaron, se vieron, y sus delegaciones, estuvieron cerca.
Sí se reunió Trump con el presidente chino Xi Jinping e incluso se llegaron a acuerdos y pusieron tras meses de conflicto y amenazas de mayores aranceles al menos un impasse a la denominada “guerra comercial”. También, al reunirse para ese fin, sellaron un importantísimo avance en la lucha por controlar la crisis de los opioides en Estados Unidos, la epidemia más letal de éste país. Las muertes por sobredosis superan en cantidad las del VIH o incluso las muertes por armas de fuego, y entre los acuerdos entre China y Estados Unidos el país asiático se comprometió a controlar el tráfico de fentanilo.
Que casos como el de Venezuela y Nicaragua en la región, o Yemen, Somalia, entre otros, no estaban en la agenda de temas, y no fueron explicitados, es cierto. No nació el G20 para la solución de estos conflictos, sino que nació para buscar soluciones a los problemas globales de la economía. Pero las consecuencias de estos conflictos, sobre todo las relacionadas con las crisis migratorias, sí se colaron en las discusiones, tanto del foro, como de las cumbres y reuniones paralelas que tuvieron lugar. Sin duda, el G20, tal como expresa en su documento final, tendrá que trabajar sobre el tema el año entrante.
¿Qué se podrían haber obtenido más avances? Seguro. Que hay crisis sociales, economías familiares que necesitan drásticos cambios y no expresiones de intención, también. Que la desnutrición y el hambre, temas trabajados y mencionados, necesitan más que declaraciones, que la educación tiene mucho más que decir, y que el reconocimiento al trabajo de la mujer ya debiera ser verdaderamente cosa del pasado, también.
Pero todos los líderes pueden sentarse en la misma sala y bajo el mismo techo, pensando por un minuto, así sea por compromiso, en los problemas de todos y no tan solo en los problemas de uno. Todos los líderes, tanto el indio como el árabe, el americano como el francés, el argentino y la británica, pueden contemplar juntos la misma obra, el mismo escenario.
Pueden, aún siendo los más poderosos del mundo, darnos un ejemplo de sana convivencia, de que más conviene un encuentro y un café que un juego de indirectas por redes sociales o agresiones amparadas en el refugio de la distancia geográfica.
Terminado el Foro, la canciller alemana Angela Merkel buscó una parrilla del barrio de Palermo para comer un asado. Casi como una más, con un operativo de seguridad mínimo. En la calle, los sorprendidos vecinos, la aplaudieron como si fuese una estrella de cine. Y era probablemente la mujer más poderosa del mundo. Estos líderes, aún con sus grandes defectos, por dos o tres días, habían dado un ejemplo.