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Luan, el niño trans que a los 4 años cambió su documento de identidad

Natalie y Fernando tenían una niña de 5 años cuando llegó el segundo embarazo.

No conocían personas trans, a lo sumo habían visto alguna travesti en televisión: ¿hombre trans? A ninguno. ¿Un pequeño niño trans? Menos que menos.

“A veces leo comentarios que dicen ‘se ve que los padres ya tenían una nena y querían un varón’. No conocieron a Lu de nena…era hermosa”, dice a Infobae Fernando Leiva, el padre, que ahora tiene 38 años.

“Yo la cuidaba cuando Nati se iba a trabajar, estaba muy pegado a él… a ella en ese momento. ¿Viste esa relación de las nenas con el papá? Bueno, así”, destaca.

“Creo que ese cambio fue lo que más me costó pero no es que nosotros dejamos olvidada esa parte: Lu es un varón trans, y aquello también es parte de su vida. De hecho nosotros decimos que no es sólo él: somos una familia trans, porque todos tuvimos que cambiar el chip y transicional con él”.

A los 4 años y medio Luan se convirtió en el niño más pequeño del país en haber cambiado su género y nombre en su partida de nacimiento y DNI, donde en agosto Luan cumplirá seis años donde las primeras pistas, la familia de Luan contó a Infobae lo distinta que puede ser la vida cuando hay acompañamiento.

“Muchas veces nos preguntan ‘¿pero cómo se dieron cuenta?’. Bueno, Lu empezó a mostrarlo a los 2 años, antes de empezar a hablar fluidamente”, precisa Natalia Melica, su mamá.

«Como nosotros ya teníamos una hija pensamos que lo esperable era que la siguiera, que la imitara, pero él era todo lo opuesto. Yo le ponía colitas y se las arrancaba, le ponía un vestido y hacía lo mismo. Cuando empezó a hablar más me decía ‘poneme ropa, esto no’”.

La forma de jugar era diferente -“más a lo bruto”. La elección de roles para los juegos también lo era: “Él siempre era el varón: el chico, el papá, el príncipe”, sigue ella.

“Decía que era un nene”, subraya el padre. Natalia agrega: “Y cuando la corregíamos se enojaba, hacía unos berrinches con un llanto tremendo”.

Una psicopedagoga les dijo que no hacía falta que la corrigieran. “Nosotros pensamos todo el tiempo que era un juego”, sigue el padre. “Incluso desde la ignorancia total creímos que a lo sumo podía llegar a ser lesbiana cuando fuera grande». La escena que provocó el clic sucedió en esta misma casa, en Lanús y en plena pandemia, cuando Luan tenía 3 años.

“Estaba jugando con su hermana en la pieza y escucho que se empiezan a pelear. Y él viene llorando, enojadísimo”, sigue la mamá. “Le pregunto ‘¿qué pasó?’ y me contesta ‘Charo me dice que yo soy una nena, y yo no soy una nena, soy un chico’. Yo le respondo ‘tu hermana tiene razón, vos sos una chica como ella, como mamá’. Y le agarró otro ataque de llanto tremendo, pero esta vez me miró a los ojos y me dijo: ‘Yo soy un chico, ¿no ves que hablo como un chico?’”.

Y que le dijo “vení, vamos a hacer un juego”. Buscó imágenes para colorear -muchas, de mujeres y hombres haciendo diferentes actividades, deportes- y le dijo: “Me tenés que señalar cuál se parece a vos”.

Pasó una, otra, otra, otra más: en todas Luan señaló a los varones. Dice Fernando: “Nos miramos y dijimos ‘se ve como un nene’. No es que quería ser un nene, no era una idea: él se sentía así, para él estaba claro”.

Esa misma noche googlearon, sin saber bien qué googlear: “Nunca busqué ‘¿cómo hago para curarlo?’ o cosas así. Siempre busqué orientación para ver cómo acompañarlo”, apunta la mamá. Fue así que dieron con la fundación tucumana “TRANSformando familias” y leyeron por primera vez las palabras “niñeces trans” o “transesexualidad en la infancia”.

Luan tenía tres años y medio. Era tan chiquito que dejaron que la transición fuera paulatina: “Sacamos los aritos cuando vos quieras”, “cortamos el pelo cuando vos quieras”. “No te puedo explicar su cara la primera vez que lo vestimos con una chomba y una bermuda”, recuerda el papá, y sonríe de nuevo.

Pocos meses después de haberle puesto nombre a lo que pasaba -y de ver cómo había cambiado el ánimo de Luan desde que lo trataban en masculino-, hubo en casa una suerte de ritual.

“Vacié el placard y saqué toda su ropa anterior. Fue mi ritual de despedida, me despedí del Lu anterior, fue la única vez que me permití llorar”, cuenta Natalia. “Yo siempre me consideré una mujer fuerte y esto me empoderó más. Cuando tu hijo está en una situación más vulnerable que el resto te transformás en un lobo feroz: tus miedos están, pero están en segundo plano”.

“¿Yo?” -sonríe Fernando con calidez-. Yo lloré muchas veces”.

La partida de nacimiento corregida llegó cuando Luan tenía 4 años y medio. “Fue un día de celebración, fuimos a festejar a un pelotero. Lo acompañó la familia, los compañeros del jardín”, cuentan.

Con información de Cactus24